Ancianos y discapacitados nutren el porteo a pesar de sus problemas de salud

Las malas condiciones en las que trabajan los porteadores se multiplican en el caso de invidentes, inválidos o ancianos, que en muchos casos son mujeres

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La miseria, en Ceuta, tiene cara: el rostro de los miles de porteadores que cruzan a diario la frontera para echarse a su espalda un bulto que les dobla el espinazo y que les permite, en unas condiciones de trabajo que no llegan ni a ser dignas, ganar unos pocos euros con los que sacar adelante a su familia. Y entre la marea humana que se suele formar en las inmediaciones del Tarajal, sólo hay que bucear un poco para darse cuenta de que la mayoría de estos rostros son de mujeres, algunas incluso ancianas, y personas con discapacidad. Mujeres y hombres ciegos, inválidos o que incluso no tienen piernas, ancianos, y a veces, todo lo contrario, casi niños, se integran en la marea pasando desapercibidos.

Su drama se diluye en avalanchas, filas interminables, y tras los miles de bultos que a diario salen de los polígonos de Ceuta a Marruecos. Mucho se ha hablado de las ínfimas condiciones en las que trabajan los porteadores como colectivo en general, pero sin profundizar en las condiciones de quienes son más vulnerables. Mientras en Ceuta estas personas estarían amparadas por una pensión y tendrían opción a un amplio abanico de ayudas, al otro lado de la frontera estas personas son utilizadas por “las mafias del porteo”, según las ha calificado recientemente el Gobierno, para hacer negocio.

La necesidad acuciante es lo que mueve a estas personas, en muchos casos enfermas, a levantarse de madrugada para llegar a la frontera de Ceuta e intentar pasar lo más temprano posible, antes por el Biutz y ahora por el Tarajal II, y poder coger un bulto de mercancía para llevarlo de nuevo a Marruecos y cobrar su comisión.

Dormir bajo cartones

A raíz de la masificación de porteadores que se ha producido en los últimos meses, muchos de ellos incluso optan por pernoctar en la ciudad y para ello cada rincón es bueno. Amparados en cartones, mujeres, ancianos y discapacitados duermen en la calle para poder pasar cuanto antes con un bulto a sus espaldas o, en algunos casos, amarrado a una silla de ruedas.

Quienes no pueden ver, se sirven de otro porteador como guía para saber por dónde tienen que pasar. A veces, un bastón les delata, otras, sin embargo, hay que fijarse en su mirada perdida o sus ojos vidriosos para darse cuenta de que quien lleva uno de esos bultos a su espalda es una persona invidente.

El tamaño de los bultos, a menudo, sobrepasa la fuerza de quienes se ven obligados a portarlos y son los que organizan el flujo de porteadores, los llamados ‘plantos’ mandados por las “mafias”, los que les colocan la mercancía a la espalda y los ayudan a levantarse porque solos no pueden. Además, vigilan por si algún porteador acaba cediendo al peso de los bultos y se cae de espaldas, para poder levantarlo y que siga su camino para poder realizar la entrega.

Esta situaciones casi dantescas que, con toda probabilidad, no se consentirían en ningún otro punto del país, alcanzan su máxima expresión cuando las protagonizan discapacitados o ancianos. Sobre todo, son muchas las mujeres viudas o separadas que ven en el porteo la única forma de subsistir y por eso, a pesar de la edad y de los achaques, no pueden dejar de cruzar la frontera.

Último eslabón de una cadena

Las avalanchas, las largas esperas, las aglomeraciones e incluso las lesiones que sufren en medio de estos maremágnum son males necesarios que estas personas soportan con tal de poder ganar una comisión de un negocio que los utiliza y que se vale de sus miserias para seguir creciendo. Y es que, entre los porteadores no hay distinciones. Quienes viven del esfuerzo que estos realizan sólo ven en los porteadores un vehículo para trasladar mercancía sin importar qué hay detrás de cada persona. Para ellos, un trabajo digno es un anhelo que ni siquiera se plantean.

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