Los padres del pequeño Mohamed piden “justicia” y no ser olvidados

JUSTICIA

El 18 de diciembre de 2022, el día de la final del Mundial de Qatar, asesinaron a su hijo más pequeño, de ocho años por aquel entonces. Aún a la espera de juicio, los progenitores comparten con El Pueblo de Ceuta su pena y sus ganas de salir adelante

Abdelmalik Abdeselam con el cuadro de su hijo Mohamed. / FOTO S.C.
Abdelmalik Abdeselam con el cuadro de su hijo Mohamed. / FOTO S.C.

Solo hay dos cuadros en el amplio comedor de la casa de Loma Colmenar donde viven Abdemalik Abdeselam y Nadia Aghziel, los padres del pequeño Mohamed. La fotografía de su hijo, que fue asesinado y abusado sexualmente hace justo dos años –cuando solo tenía ocho-, mira desde una mesita esquinera hacia la mesa del centro de la habitación, en torno a la que van realizar su entrevista. El salón está poco iluminado y aún faltan por poner sobre el mantel una taza de café y cuatro pasteles dulces que ha cocinado la madre para la ocasión. Los nervios de ambos, a flor de piel, obligan a la pareja a realizar tareas mecánicas o intrascendentes para pasar el tiempo, como preparar el tentempié descrito o fumar en el exterior de este domicilio en el que viven cinco personas pero donde falta el más pequeño de la humilde familia.

Mientras Nadia entra en la habitación con el café y los dulces, enciende la luz, alumbrando así la sombría escena pero dejando ver claramente también las lágrimas que asoman en los ojos del matrimonio. A pesar de que la primera pregunta iba por otros derroteros, los nervios impulsan a Abdelmalik a empezar por su solicitud: “Pido justicia”, una reclamación que su mujer suscribe en cada intervención de este encuentro con El Pueblo de Ceuta. La familia aún está a la espera de juicio contra el presunto autor de un crimen “inhumano” y para el que su abogado solicita la pena máxima en España: la prisión permanente revisable.

Tras este inicio, la pareja va relajándose y comienza a relatar los hechos en orden cronológico desde antes de ese 18 de diciembre de 2022 en el que Messi levantó su única Copa del Mundo y su hijo fue vilmente asesinado a menos de 100 metros de su propia casa. El cadáver del niño fue encontrado en un barranco cercano a la pequeña cancha en la que estuvo jugando al fútbol antes de que lo raptaran, justo enfrente del cementerio de Sidi Embarek, donde sería enterrado tres días después del crimen.

“Mohamed era un niño activo. Le gustaba hablar con este, con el otro, jugar con otros niños...”, recuerda el padre. “Lo que más le gustaba era la pelota”, rememora sonriente durante una fracción de segundo. En seguida su rostro se entristece mientras pronuncia la siguiente frase: “Y la pelota es lo que le ha traído la muerte. Por jugar al balón, mira lo que le ha pasado”, sentencia.

Ni de día ni de noche

La familia vive en esta casa desde hace catorce años, cuatro antes de que naciera Mohamed. El matrimonio tiene tres hijos más: dos varones, de 20 y 24 años ahora, y otra niña de 16, que se encuentra todavía estudiando en el instituto. Actualmente, ninguno de los miembros del núcleo familiar tiene un empleo.

Nadia se encuentra sin trabajar desde 2018, mientras que Abdelmalik pudo desempeñarse recientemente y durante nueve meses con el Plan de Empleo “barriendo, cortando hierba y dejando las zonas limpias”. De eso ha pasado medio año, y desde entonces los cinco subsisten con la pensión que cobra el padre por su discapacidad.

Tras el asesinato de Mohamed, el hombre ha sido diagnosticado con esquizofrenia y depresión, y además tiene una invalidez en la mano izquierda que le impide mover el dedo anular y el meñique.

Unos niños juegan al fútbol en la cancha donde fue raptado Mohamed. / FOTO S.C.
Unos niños juegan al fútbol en la cancha donde fue raptado Mohamed. / FOTO S.C.

Después de perder a su hijo, Adbelmalik se llevó “por lo menos tres meses sin dormir” y fue medicado por su psiquiatra porque “veía visiones”: “Veía a mi hijo a mi lado, sombras de él”, explica. “Mi mujer, la pobre, no duerme por las noches”.

“Ni por las noches ni por las mañanas, ya llevo dos años así”, tercia ella, que según el padre, es a la que “más le ha dolido” la pérdida de su hijo. “Él siempre ha estado conmigo, y ahora estoy sola” explica Nadia con tristeza. “Yo por la mañana no puedo salir. No puedo salir a la hora del colegio porque hay niños chicos”, confiesa, al tiempo que cuenta que la semana pasada se encontró con un amigo de Mohamed en el autobús y empezó a llorar “como una loca”. En este momento, comienza a farfullar en marroquí y termina diciendo que no le “salen las palabras”.

Abdelmalik continúa la anécdota con otra propia: días atrás se encontró a otro compañero de clase de su hijo, pero fue el pequeño el que se puso a llorar al verlo, abrazado a su madre. “Me reconoció, me reconoció”, repite el hombre, incrédulo. Luego confiesa que, cuando ve a niños solos por la noche en la calle, los echa: “Les digo ‘venga, a tu casa’, porque no quiero que se repita. No quiero que ningún padre de familia pase lo que estamos pasando”.

“Nadie se acuerda de nosotros”

Llevan más de treinta minutos sincerándose cuando suena el teléfono de Nadia, que comienza a hablar en dariya con el interlocutor del otro lado de la línea. Mientras espera a que su mujer acabe la conversación, Abdelmalik explica que la llamada es de uno de sus hijos, que hoy “no puede subir” a verlos porque “está arreglando unos papeles” para poder trabajar. La mujer cuelga y transmite el mensaje del hermano mayor de Mohamed: “Él también pide justicia”, comunica ahora en castellano.

La conversación queda suspendida unos breves segundos, pero Nadia la retoma. “Nada más que quiero justicia y un trabajo para salir adelante”, continúa. “Ya nadie se acuerda de nosotros”, dice por primera vez esta mañana, y ambos explican que durante los primeros cuatro meses que siguieron al asesinato recibieron mucha ayuda y a mucha gente en casa. Cuando ese tiempo “pasó”, sus vidas se volvieron monótonas y aún más tristes, por lo que no solo piden un trabajo por sus necesidades económicas, sino sobre todo por las mentales.

Bloque de la casa de la familia en Loma Colmenar. / FOTO S.C.
Bloque de la casa de la familia en Loma Colmenar. / FOTO S.C.

Abdelmalik cuenta que los meses que estuvo trabajando con el Plan de Empleo estaba más “despejado” y “distraído”, y que además sus compañeros lo animaban. El hombre ve “urgente” que al menos uno de ellos trabaje para salir de esa “rutina” y para “meter un sueldo” en casa. También expresa que se siente agradecido hacia su ciudad y hacia sus vecinos y cuenta que al entierro asistió “mucha gente”, incluida la comunidad hebrea y la hindú de Ceuta.

Entonces se sintieron muy “arropados”, pero ahora piden “que se acuerden” de ellos y de la situación que están pasando. El padre incluye al presidente Vivas, que es “buena gente” y “un buen alcalde”: “Que se acuerde de nosotros”, repite tímido en referencia al trabajo, mientras agradece el apoyo también de la Policía Nacional y de los agentes que encontraron a su hijo. “Aquí tenéis vuestra casa”, anuncia el hombre, que asegura que este miércoles prepararán cuscús para los invitados, como el año anterior. “Lo poquito que tengo, lo comparto”, expone.

Abdelmalik ha olvidado invitar y agradecer también el trabajo de los profesores de Mohamed, del colegio Severo Ochoa, que son “buena gente y buenos maestros”. Sonríe por última vez mientras cuenta que los docentes “machacaron” a su hijo, que finalmente “salió buen estudiante”. “Sacaba buenas notas, ¿sabes?”, asegura nostálgico.

“No es humano”

La televisión, que lleva encendida durante toda la entrevista –y, probablemente, durante toda la mañana-, emite ahora un reportaje matinal sobre un trágico suceso. El rótulo del programa, bajo la cara de la mujer protagonista, reza: “Su fe en Dios fue clave para su recuperación”.

“Dios está arriba y nosotros creemos en Dios”, explica Abdelmalik, que asegura que no se va “a suicidar” porque “cada uno tiene su castigo”. “El que haya hecho eso, cuando vaya con Dios arriba, lo castigará. Y aquí, también la justicia, que tiene que darnos nuestro derecho”, considera. “Dios lo va a castigar, y aquí también”, coincide Nadia, aún más convencida.

El matrimonio manifiesta que, a pesar de lo que han vivido, ambos confían aún en la justicia. El padre, que no se considera “vengativo”, promete que no va a “pagar el pato” con otra gente solo por el hecho de ser víctima del asesinato de su hijo. “Ha sido una persona la que lo ha hecho, no ha sido el pueblo. Es una vergüenza abusar de un niño y matarlo”, concluye.

El cementerio de Sidi Embarek, frente al barranco donde fue encontrado el cuerpo. / FOTO S.C.
El cementerio de Sidi Embarek, frente al barranco donde fue encontrado el cuerpo. / FOTO S.C.

La familia se encuentra ahora a la espera de un informe psiquiátrico del acusado para comenzar una vista que se celebrará con un jurado popular, una opción que prefieren ambos. “Si lo juzga la gente, no va a salir de la cárcel, porque lo que ha hecho no es humano”, opina el padre, que al igual que su mujer cree que un juez podría “ablandarse” ante un eventual diagnóstico de patologías mentales atribuidas al presunto autor del crimen.

“Se ha perdido mi hijo, se ha perdido mi hijo”, repite Nadia varias veces para justificar su deseo de que el asesino “se quede en la cárcel y ya está”. “Justicia, que sea rápida y que no salga de la cárcel”, pide Abdelmalik, al que también le gustaría que el reo tuviera un compañero de celda “para que no se ahorque”. “Que lo vigilen bien para que no se suicide, que lo viva día por día”, desea.

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