Las heridas de unos ceutíes adictos que tocaron fondo, pero supieron adónde acudir
SOCIEDAD
Un chaval de 27 años, una mujer -la única- y más gente de a pie se reúnen cada martes y viernes en la sede de Alcohólicos Anónimos para afianzar esa “recuperación personal” tras años alejados de la botella
El nombre ‘Renacer’ le viene al pelo al grupo de Alcohólicos Anónimos de Ceuta. Los perfiles son diferentes, pero la enfermedad es la misma. Un chaval de 27 años, una mujer, un hombre que estuvo preso, otro que de no acudir a las reuniones asegura que estaría muerto…La pequeña habitación donde se reúnen martes y viernes aguarda un sinfín de historias que truncó una adicción a la botella que arruinó parte de sus vidas. Ahora salen adelante en busca de esa recuperación y se ayudan entre ellos para recordar que, cada día, esa tentación va a seguir en cada comida, cena o fiesta con amigos, pero las heridas y una memoria dañada han superado esas ganas de dar un trago.
Recuerda el chaval de 27 años, de ahora en adelante Pedro, mientras bebe una Coca Cola, aquel día que tocó fondo y se presentó en la sede de Alcohólicos Anónimos con la cara descompuesta. No le preguntaron, tampoco lo juzgaron, le tendieron la mano y lo pasaron a la sala de reuniones. El semblante era suficiente para saber que tenía un problema serio que había que tratar con diálogos, conversaciones y terapia. Fue hace 11 meses.
“Mi nombre es … y soy alcohólico. La juventud tiene un problema. Tenemos muy normalizado el consumo de alcohol entre los jóvenes. A ningún joven le gusta verse en Alcohólicos Anónimos y tener que reconocer que tiene ese problema, esa adicción”, explica Pedro, que conoció a la comunidad a través de internet una vez tocar fondo.
Destaca el joven que en el casi año que lleva en Alcohólicos Anónimos ha aprendido “mucho”. “No solo como alcohólico, también como persona. Aquí hay mucha gente distinta que comparte su vida, su experiencia…Hay que abrir bien los oídos”, afirma.
Después de 11 meses, Pedro celebra poder salir con sus amigos y mantenerse sobrio. Algo impensable hace años. “La tentación obviamente está ahí, pero me limito a tomarme mi Coca Cola y a disfrutar de ellos. Me centro en estar con ellos y no en la botella. Después de todo este tiempo descubrí que a mí la fiesta realmente me gustaba porque tomaba alcohol, pero cuando he vuelto a salir me di cuenta de que eso no era para mí. Las copas me incentivaban”, sostiene el joven.
Tuvo suerte Pedro al encontrar comprensión en casa, algo “imprescindible” para salir adelante y abordar la enfermedad. “Le comenté a mis padres que estaba viniendo a las reuniones y lo vieron totalmente positivo. Me apoyaron desde el primer momento. Luego, poco a poco, fui contándoles más y más. De mi familia solo he recibido apoyo incondicional y confianza desde el minuto uno. Eso me ayudó a mantenerme sobrio. Si te digo la verdad, lo mío ha sido como el nombre de nuestro grupo, un renacer”, zanja.
Carmelo: cárcel y ebrio hasta en los aviones
“Alcohólicos Anónimos no es una secta. Aquí lo difícil es quedarse”. Así de contundente se explica Carmelo -nombre ficticio-. Es el más veterano y el que dirige a la comunidad. Con gesto serio, quiere dejar claro desde un primer momento cuál es el único requisito para ser miembro del grupo: querer recuperarse y dejar la bebida. No hay derechos de admisión, ni cuotas, ni afiliaciones a religiones, sectas, partidos políticos, organizaciones o instituciones.
“No desea intervenir en controversias, no respalda ni se opone a ninguna causa. Nuestro objetivo primordial es mantenernos sobrios y ayudar a otros alcohólicos a alcanzar el estado de sobriedad”, recalca.
Alcohólicos Anónimos de Ceuta cumplió el pasado 10 de junio 31 años. A nivel mundial 90 y está presente en 180 países. La historia de Carmelo es la de cualquier enfermo. “Yo hubiese muerto hace 41 años por cirrosis hepática, dicho por los doctores”, añade. Este hombre pasaba mañanas y tardes en las tascas de cualquier barriada, desde Benzú a Benítez, pasando por el centro, ‘pillando unas cogorzas’ que desembocaban en cualquier problema que entendía cuando recuperaba la conciencia.
“Me sacó mi padre de la cárcel de Melilla y venía en el avión bebiendo botellas de whisky. Continué sufriendo muchos años. Hacía ‘fuga alcohólica’ junto a mi compañero Billy. Bebía cerveza sin alcohol y después bebía con el perdón. Esos días, muchos, acababa esposado en comisaría. Detrás de todo hay un sufrimiento aterrador. Pagué un alto precio”, comenta ante la atenta mirada del grupo.
Se le llena la boca a Carmelo, orgulloso, de llevar 43 años “sin probar gota de alcohol”, aunque admite que la sustancia le “robó” dos décadas de su vida. “Yo no llegaba a mi casa…a mí me llevaban a mi casa”, apunta.
Insiste Carmelo en que la gente debe entender que el alcoholismo “no es una condición de sexo, ni religión, ni política”, sino de la persona.
“Es difícil de entender. Nadie es demasiado joven o viejo para tener problemas con la bebida. Es una enfermedad. Puede pasarle a cualquier joven, viejo, rico, pobre, negro, blanco…No importa cuánto tiempo lleves bebiendo o lo que hayas bebido. Lo que cuenta es cómo afecta la bebida en el cuerpo de uno”, subraya.
La única mujer y el hombre del gotero
El grupo escucha atentamente, como cualquier día de terapia, las confesiones de todos los participantes que quieren compartir su historia con este medio. El siguiente en hablar es Gustavo -también nombre ficticio-, que lleva 11 años acudiendo religiosamente cada semana a Alcohólicos Anónimos, un lugar que le devolvió -con un gran peaje de por medio- al punto de partida en el que se encontraba antes de su obsesión por la botella.
“Llegué un 14 de febrero y tenía una locura encima inasumible…no quería trabajar, tenía problemas en la calle, con la familia, con las autoridades…Te vas llevando todo por delante poco a poco. El problema de la bebida te llega y te convierte en otra persona. El cambio llegó luego con la necesidad de recuperar mi vida, mis valores, a mi familia a mis amigos…”, expresa.
Fue a través de un familiar que estuvo en una situación similar como conoció Alcohólicos Anónimos y desde entonces su vida dio un giro de 180 grados. “No imaginas en el estado que me ponía. Lo mismo me despertaba en una comisaría o en el hospital con un gotero puesto y tenía que venir mi hermano a recogerme”, resalta con semblante serio.
Recuerda Gustavo la frase que le decía su madre cuando salía de casa: “Sales hecho un pincel y llegas hecho un trapo”.
La última en exponer su historia es la única mujer que hay actualmente en Alcohólicos Anónimos de Ceuta. De ahora en adelante Sofía. Fue un 15 de diciembre de hace 11 años cuando decidió ponerle fin a una adicción que, como recalca durante su intervención, es “mucho más estigmatizante para ellas”.
“Mi vida era una ruina, un desastre total. Me obligaron a venir y al principio pensaba que esto sería un lugar de borrachos, de gente de la calle. De esos que ves en los cajeros automáticos con un tetrabrik de Don Simón, pero cuando entré por esa puerta vi que todo era diferente”, recuerda.
Sofía llama a los hombres del grupo “mis niños” y da gracias a Dios en varias ocasiones por haberlos encontrado. “Pensaba venir a hacer el paripé, pero cuando escuché sus preocupaciones y sus historias y me di cuenta de que esto era una enfermedad… Me di cuenta de que tenía que aprovechar estas sesiones. No tenía sentido venir aquí para nada”.
La vida de Sofía, que está desempleada, está mucho más estable que hace años. Tiene una hija de 27 años de la que se siente “tremendamente orgullosa” y con la que pasa todo el tiempo que puede. Aunque en el subconsciente siempre tiene presente la enfermedad que padece.
“Doy ánimo a todas esas mujeres que tengan este problema. Que acudan a Alcohólicos Anónimos. Que aquí no se comen a nadie. Aquí no hay médicos, no hay medicamentos. Aquí nos curamos nosotros entre nosotros”.
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