Migrantes como noticia
José Antonio Muñoz Devesa
La fotografía de Aylan Kurdi, un niño sirio de tres años muerto en una playa turca cuando trataba de emigrar a Europa con su familia conmocionó al mundo entero. Y sirvió para que millones de personas tomaran conciencia de la magnitud del problema que representan las miles de personas que tratan de escapar de África y Oriente Medio hacia Occidente donde, creen, encontrarán la vida digna que sus países no pueden darles.
Ya han trascurrido casi nueve años de la imagen de aquel pequeño muerto y el problema sigue persistiendo. De hecho, solo en el mes de agosto los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado han recupero en aguas ceutíes cuatro cadáveres. Unas cifras que demuestran la grave situación que afronta la Ciudad Autónoma. Aquel 2 de septiembre de 2015 todos éramos Aylan, se dijo retóricamente. Sin embargo, muy pocos quieren ser Ayoub, Choaib o Sohaib. ¿Por qué? ¿La sociedad teme perder su nivel de vida si se deja entrar a más extranjeros?
El fortísimo movimiento antiinmigración existente en Europa y la débil respuesta de la UE, asustan a la población. Pero hay que ir más allá. El drama de Aylan fue portada de miles de periódicos. Por el contrario, de los más de diez cadáveres encontrados en las aguas de Ceuta no se dispone de imagen alguna, nada que retuitear ni difundir por Facebook indignadamente. Es probable que esa circunstancia explique la diferencia, además de la anestesia migratoria que los medios introducen en la sociedad
“En general, la prensa considera hoy que su función es ocuparse de un problema como el hambre en el mundo y hacer un comentario editorial, en vez de participar en el esfuerzo por remediarla”, escribió Katharine Graham, la editora del Washington Post, en la segunda mitad de los años 90. Y añadió: “Supongo que, desde un punto de vista periodístico, tienen razón, pero es una pérdida para la sociedad”.
Con la misma resignación con la que Graham ponía los principios periodísticos por delante de la lucha por la justicia social a finales del siglo pasado, los periodistas, hoy, seguimos haciendo nuestro trabajo. Y aunque la máquina continúa, más o menos con la misma programación desde hace décadas, las dudas sobre la efectividad del periodismo crecen.
En ocasiones, el ciudadano echa de menos datos contra los bulos. Añora medios de comunicación valientes que, en lugar de reconocer con pomposidad que no se puede negar que la inmigración es un problema (menudo hallazgo), expongan la verdad: las dimensiones reales de la población de origen extranjero, la brecha social o la desprotección de los menores. Frente a los que viven convencidos de que a cada chaval que llega hasta territorio nacional, en vez de un porrazo en el costillar le dan una paguita, un piso y un trabajo que roba a un español, hay que oponer los hechos rotundos, sin caer en su paranoia diciéndoles que se hacen cargo de su inquietud. Y es que los xenófobos votan, y los que sufren su xenofobia, no. Pero si el periodista no es capaz de mirar por encima de la verja, no sé en qué puede haber quedado la profesión.
Pues cada cadáver encontrado es una afrenta, un grito de la vida contra la muerte. Un inmigrante muerto en la playa, en el lugar en el que se produce ese idilio del mar con la tierra y que ahí no desprende felicidad sino el terrible sonido de una noticia que desgarra el corazón.